Así fue leer el ‘Ulises’ en tres días
Mañana, 16 de junio de 2025, es Bloomsday. Para celebrarlo, comparto las notas que tomé durante mi lectura del libro monumental de Joyce en enero de 2022
Un reto personal: leer el Ulises, de James Joyce, en tan solo tres días, de viernes por la tarde a domingo. Edición de Lumen para el 100 aniversario de la publicación. Con prólogo de Andreu Jaume y traducción de José María Valverde. Reto personal aceptado el viernes 21 de enero a las 15 horas. Por qué lo hago:
1. Porque no soporto las lecturas extendidas. Me refiero a esas que te atrapan durante días, semanas. Las montañas de libros se me acumulan, no puedo permitirme hacer otra cosa que no sea leer si quiero terminarlas. Cualquier distracción es una molestia. Si extendiera la lectura, no la acabaría, no podría mezclarla con otras lecturas y no sabría apreciar el monumento que significa esta obra, lo monumental de esta escritura.
2. Porque estoy leyendo, muy apesadumbrada, La señora Dalloway, de Virginia Woolf, para mi club de lectura. Es un libro que me gusta a medias. Es un libro, además, que supuestamente respondería a ciertos ideales y avances de James Joyce. Si quiero saber cuál es esa relación, tengo que leer el libro. Por lo visto Alejandra Pizarnik leyó La señora Dalloway en tres días. Un libro mucho más breve, sí, pero si ella lo hizo con Woolf, ¿podré hacerlo yo con su archienemigo Joyce? ¿Cómo será terminar La señora Dalloway después de haberme subido al monte Ulises? Quiero saberlo.
3. Porque mi novio lo está leyendo. Me ha dicho que su mes lo dedicará al completo al estudio de Joyce. Dentro de poco Ernesto empezará a dar clases en la Universidad, lo cual le quitará tiempo para leer con gusto. Eso significa que nuestras conversaciones sobre libros remitirán. Y eso significa que esta es mi oportunidad para leer a la par, como si de un club de lectura íntimo se tratara.
4. Porque tengo treinta y un años y aún no lo he leído. Porque si quiero demostrar que soy inteligente, no puedo no haberlo leído. Porque estoy en mitad de la escritura de mi libro Leer mata y toda la bibliografía consultada hasta el momento me habla de cómo Ulises te puede obsesionar. Quiero vivir esa experiencia, y necesito vivirla de la manera más atropellada y arriesgada posible. Pondría a prueba así mis teorías sobre la lectura somática.
5. Porque estoy puto loca.
Diario de lectura: tenía mi cuaderno abandonado, así que procuro escribir a mano cuanto se me ocurre. Los pensamientos que veréis a continuación se gestaron entre el viernes 21 de enero a las 17:45 horas y el domingo 23 de enero a las 17:45 horas. He sido exacta hasta en el horario. He sido escrupulosa hasta en la lectura secundaria. He tenido compañeros de viaje: Ernesto, al mismo tiempo que yo leía Ulises, él repasaba las biografías de su autor. A., con quien me encontré ayer y con quien bebí (hasta las 17:45 horas del sábado, precisamente, dije que he sido exacta) y con quien debatí sobre la diferencia entre fantasía y fantasma —presente en la novela montaña— y sobre la figura de Don Juan —siendo Don Giovanni una figura central de la obra—. A continuación, copiaré los comentarios de mi cuaderno, muy apegados a la lectura, y en algunos momentos introduciré notas a pie de página, para poder desarrollar mejor la idea o introducir alguna cita necesaria. Vamos.
Viernes 21 de enero de 2022
—¿Puedo leer el Ulises de James Joyce en tan solo tres días? (De viernes a domingo). Cuelgo una llamada de Ernesto, en la que él me anima a ese reto.
—Leo el prólogo de Andreu Jaume y me sorprende que al final diga que esta es una novela sobre al amor. Sobre la caritas.
—Termino el prólogo y fracaso. No voy a poder realizar el reto. Me ha empezado a bajar la regla. Dolor de cabeza, tengo que dormir una siesta sí o sí[1].
—Vamos a volver a intentarlo. El segundo prólogo del traductor me aburre. No dice nada que no haya leído ya sobre el Ulises de James Joyce. Sin embargo, su “árbol” de capítulos me sirve. Quizá lo consulte más adelante. Puede que al finalizar los capítulos[2], para contrastar qué comprendí yo y qué comprendieron sus traductores y estudiosos.
—Puesto que no hay bibliografía feminista en estas revisiones del centenario, me pongo al lado textos de Gertrude Stein, Hilda Doolittle (las biografías de Barbara Guest y Rachel Bleu DuPlessis citan a Joyce hasta en veinte ocasiones) y también a Monique Wittig. Quizá debería tener a mano a Nathalie Sarraute y a Rosa Chacel. Total, cuantas más mujeres mejor, yo ya estoy sangrando.
—Primeras páginas bien. Me reafirmo en la necesidad de leer lo que H.D. opina sobre Joyce cuando en este capítulo hay una oda al asunto griego. Podría incluso pensar que lo que leo es una burla a la fiebre imaginista[3]. No en vano Ezra Pound firmaba sus cartas, desde el mismo 1921 —fecha en la que se puso fin al libro—, con una nueva propuesta de calendario: «Post scriptum Ulixi[4]» (Escrito después de Ulises). ¿Lo hizo así porque se daba por aludido en este asunto griego? ¿Sabemos si James Joyce, como esos defensores suyos, leyó y admiró a Safo?
—Verdemoco. Ya me habían advertido de las palabras joycianas. Esas mezclas que tanto le ponían de los nervios a Virginia Woolf. Intuyo en su invención de estas palabras una gracia infantil. Una gracia del lenguaje del amor. Verdemoco no dista de cuando con mi novio hablamos de “hacer un mochi”[5]. ¿Me explico? Es un lenguaje íntimo. Descarado. Útil. Verdemoco, en realidad casi se nota su sabor[6]. Somatización del lenguaje.
—Capítulo Uno, sorprende[7]. No pienso en nada salvo en la jovialidad de los jóvenes. Hablan felices. Esperan algo de la vida. Son pedantes.
—Puesto que el ibuprofeno no evita mi dolor de ovarios, me tomo una cerveza IPA. A ver si así el capítulo me da más motivos para leer.
—Capítulo Dos, es una delicia. Todo ese decir sin decir en la conversación con el profesor facha. Otra vez elogio de la juventud. Echo en falta más clases. Añoranza, como lectora, de una “novela docente”. Esa misma que podría dar Sara Torres[8].
—Capítulo 3: Imposible de leer si no se ha leído poesía modernista. Dudo que pueda gozarlo alguna persona sin “chantier littéraire”[9]. Hermoso paseo por la playa, mente distraída del creador en su media mañana.
—Capítulo 4: La ligereza del anterior nos arrolla con la llegada de Leopold Bloom y de su gata. Cualquiera podría esperar una taza de “pensamiento de gato”. ¡Ya puestos! Contraste entre su amor por comer casquería e hígados y su amor por ese animal.
—Volviendo al capítulo 3: Bella imagen del amor. Tendría que buscar lecturas psicoanalíticas de este texto. Ahora lo veo: fuerte influencia del Ulises en HERmione, de Hilda Doolittle[10]. No me cabe duda.
—Capítulo 4: Creo que toda mi obsesión va a ser con la esposa de Bloom. Un matrimonio divertidísimo y envidiable. Oímos sobre un funeral y sobre cómo hablan de sus lecturas en el desayuno. Página 171: en referencia al libro que ella lee, cita una pregunta del personaje principal. «¿Sigue ella enamorada del primer tipo?[11]». Yo anoto en el margen: ¿premonición? ¿Estará ella enamorada de su primer tipo, Leopold Bloom?
—Se me quitan las ganas de escribir. Es muy tarde[12].
—El capítulo 5 estuvo bien, centrado en una suerte de desvelo de la infidelidad[13]. El 6 más aburrido, pero con impresionantes frases sobre la muerte. El 7 es horrible, formalmente me aburre, y eso que habla de periodismo[14]. Tengo ganas de otra cerveza y de masturbarme. Ulises, mi hijo, digo, no el libro, ya duerme.
—Leo el capítulo 8 en la cama, después de distraerme en Instagram con unos vídeos de mujeres que venden “aceites esenciales” en lo que parecen empresas piramidales modernas. Envidio la piel y las tetas de esas mujeres de Instagram, pero me alegra no ser tan tonta. Lo soy: tonta. Me siento tonta porque no me gusta Leopold Bloom[15]. Es un hombre muy aburrido. Creo que envidia secretamente a su mujer. Su relación con su hija es rarísima[16]. En todo caso, el monólogo interior de Dedalus es mucho más lírico, me interesa más . ¿Quizá porque me identifico con su edad?
—Mi hijo ya duerme desde hace rato. Es tarde, me descubro un herpes en la comisura del labio. Daños colaterales de estar enamorada o ansiosa. Mi mente va de un lado a otro, debería masturbarme. Cuando pienso eso, llega el momento en el que se despliega en las páginas del Ulises una canción sobre Don Giovanni[17]. La narración remonta considerablemente, no así la trama.
—Capítulo nueve. Ahora sí. Yo estaba distraída y triste pero regresó Stephen Dedalus, de quien me declaro enamorada. Y eso que estudia literatura. Me ha hecho pensar en los chicos que me gustaban en el instituto. Esos estudiantes de filología y filosofía, siente u ocho años mayores que yo, que supuestamente habían leído a Joyce[18]. Ahora lo pongo en duda. No os creo.
—Brillante. Brillante. Brillante. Capítulo 9, el mejor.
—Momentazo cuando se torna brevemente obra teatral. Bravo.
—La historia de Shakespeare. Bravo[19].
—Dedalus, bravo.
—Divertidísimo, qué pena que se acabe ya.
—Capítulo 10. Empieza divertido, casi suena como un travelling cinematográfico. Ciertas palabras se repiten, pero yo me pierdo. Probablemente deba clausurar aquí la jornada, o dejarme mecer un poco hasta dormirme. Me cuesta mucho pensar en que ha avanzado el día. No el mío, sino el de la ficción. ¿No ha sido un día larguísimo? Inverosímil pero entretenido. La sensación de que “ha ocurrido en un solo día” está mejor conseguida en los tiempos conservadores de La señora Dalloway. Claro que aquí la acción está dividida entre múltiples vidas. Sé que lo mejor de este libro está en los capítulos finales. O eso he leído ahora, para acabarlo, en palabras de Valverde. Me siento abrumada porque aunque haya llegado a un poquito más de la mitad me va a dar algo. Aborrezco ciertos recursos, se me hace una lectura complicada: los ojos van rápido pero no así la mente, y viceversa, a veces la mente va rápido y los ojos se duermen. Me siento nerviosa. Echo de menos a Stephen y a Molly.
Sábado, 22 de enero de 2022
—He pasado la noche dando vueltas. Alguien no paraba de llamar al telefonillo a eso de las tres de la mañana. Tuve miedo. ¿Borrachos o violadores?[20] Me asomé levemente a la ventana y parecían dos hombres, uno más joven, bien vestidos. ¿Stephen y Leopold? Deliro. Despuerto tarde y con dolor de ovarios. Desayuno con mi hijo galletas Príncipe y vemos vídeos de gatitos. Me siento tentada de explicarle lo que significa leer a James Joyce, pero tengo prisa. ¿Alguna vez Ulises leerá el Ulises? Si se espera a tener mi edad, significa que aún le quedan veinticuatro años para eso. ¿Seguiré viva yo? Ahora muero de dolor, pero quiero esperar a tomar ibuprofeno porque en un rato me tengo que poner la tercera dosis de la vacuna del COVID. No me quito de la cabeza lo de escribir algo titulado «Joyce y las mujeres». Sería un ensayo excelente, y habría que incluir a Dora Mardsen (filósofa egoísta- existencialista) que fue su editora (Joyce sólo tuvo editoras mujeres, insisto en que era muy bien valorado por las autoras feministas, salvo Woolf). Escribo un mensaje a mi jefe para hablarle de Mardsen. En esa supuesta aproximación feminista a James Joyce habría que citar sí o sí a H.D., por su lectura del género de acuerdo con otra feminista radical: Rachel Bleau DuPlessis.
—No sé cuando voy a poder reiniciar la lectura.
—Tengo que llevar a Ulises a casa de mi ex y luego vacunarme.
—Ernesto me envía subrayados de la biografía de Joyce, que tienen que ver con su relación entre la lectura y el sexo. Es curioso. Yo estoy leyendo la obra monumental de Joyce, y él su monumental biografía. Nunca, creo, le había amado tanto como en este momento. Ahora que la lectura nos une. Creo que una mujer tiene ese poder intelectual sobre el hombre. Podemos pensar con contundencia alrededor de la literatura, y al mismo tiempo estar mojadísimas. Pero ahora es la menstruación lo que me hace estar empapada ahí abajo. Debo ducharme. Ya me dije a mí misma que estaba bien quedarse parada en la página 380 del Ulises. Justo cuando Leopold Bloom va a una librería y se topa con un volumen de Leopold Von Sacher Masoch, que para no iniciados en el tema, es el hombre de quien extrajimos la palabra “masoquismo”.
—Capítulo 10. Mientras Joyce hace unas explicaciones tremendas de un “sexo cebolloso” (looool), una mujer a mi lado se corta las uñas. La tercera dosis ya está en mí, y debo esperar en una sala unos diez o veinte minutos. A. me escribe para tomar algo. Sí, pienso, pero cuando acabe el capítulo. Al mismo tiempo tengo que dejar de leer porque pasa algo. El libro ha tomado vida. Estoy leyendo algo que se convierte en realidad[21]. El libro entra en mi cerebro.
—Capítulo 11. Pero antes… Ya es de noche. No entiendo cómo han pasado así las horas. Yo estaba a mediodía leyendo/pensando sobre el amor y la infidelidad de Leopold Bloom y entonces pasa esto. Necesidad de una nota al pie de página que me haga entenderme a mí misma[22]. Bloom. El capítulo del florecimiento. Yo también intuyo un cambio en su monólogo interior. Soy como él ahora. No puedo pensar. Bloom. El olor del florecimiento, ¿en qué he invertido estas estúpidas horas? G., A., Ernesto. Él me llama. Voy.
—Capítulos 11 y 12. Doce de la noche, Me quedan 24 horas para las últimas 400 páginas y dudo que llegue. Con Ernesto he hablado de bibliografía secundaria y he sabido que Joyce, como escritor, no es muy distinto a él en su trabajo quizás neurótico. James Joyce es eso. Esfuerzo y neurosis. Lo veo en el capítulo que según los críticos tiene que ver con el canto de las sirenas de Odiseo. Reitero: es un libro sobre la infidelidad. Está en su lectura de Shakespeare y en su retrato de Ulises. La verdadera pregunta que flota aquí no es otra que esta: ¿puede un hombre —a quien asumimos como infiel por herencia histórica— perdonar, o mejor dicho, convivir, con la infidelidad de su esposa? Las sirenas, camareras “de pecho robusto”, son cotorras, cantos. Y esos cantos no distraen a su protagonista ni de su amor ni de su respeto a la otra. Lo que quiero decir es que del mismo modo en que Dedalus entiende que las turbulencias del amor de Shakespeare no le avergüenzan —al contrario de lo que sugieren los eruditos de la Biblioteca, culpabilizando a las putillas de las féminas de la historia, y luego esos tarberneros que hablan de política y cuchichean sobre las esposas de los políticos irlandeses y británicos, ¡como si ellas tuvieran la culpa de las decisiones egoístas de sus esposos!— es esa pluralidad del deseo lo que les apega a la vida, y a la escritura. Leer no es vivir muchas vidas. Leer es dejar que otras vidas golpeen la tuya propia. Así es la experiencia del Ulises de James Joyce. Así es la experiencia del amor. Soy tan consciente de que ahora mismo mi pensamiento es fuerte, que cuando por teléfono Ernesto sugiere la posibilidad de quedar con chicas guapas, no siento el temor de antaño. Me ha costado mucho llegar hasta aquí. Siempre tiendo a pensar que voy a perder lo que más me importa. Mi compañero de lecturas y de mochis. ¿Por qué iba a perderlo? Entiendo a Leopold Bloom, entiendo que tenga miedo, y entiendo que al mismo tiempo no lo tenga. Temer la dispersión del afecto es como temer a que la lectura no te golpee. Eso, en mi caso, sería tan cobarde. Creo que Leopold, mirando a las camareras —refugiándose en sus risas, en sus caderas, en sus tetas irlandesas— mientras piensa en Martha y en Molly, me ha hecho entender mejor la pluralidad del afecto y del deseo que cualquier teórica feminista viva. Negarse al golpe es negarse a la vida. Leopold ya ha florecido. Yo también. Nunca me he sentido tan fuerte, y eso que, mirando el enorme libro sobre mi regazo, la escalada aún es intensa. Qué montaña.
—Por cierto, me sorprende mucho el análisis del capítulo 12 por parte de Valverde. Él habla de patriotismo, pero a mí me parece que se trata de un análisis constante de la fe[23]. Es enternecedor el momento del cuentecillo fantasmal.
—«El amor ama amar al amor[24]», gran tatuaje. ¿No?
—Capítulo 13. Este es, precisamente, el de la ternura. Vemos a tres mujeres, a unos críos. Bebés. Habla infantil. Vemos la descripción de una mujer a la que podría amar. Otro paseo por la playa, un tanto adormilante. Sentimientos femeninos. Pienso en que James Joyce está imitando a Jane Austen. También me acuerdo de Virginia Woolf. Es como si estuviera mirando a las mujeres y convirtiéndose él mismo en una. Leopold las mira y las analiza, pero desde una mirada que no se me antoja ni patriarcal ni cerda.
—BTW, me detengo a leer a Sarraute[25] para ver qué encuentro en su ensayo a propósito de James Joyce. Bastantito. Pero es muy tarde y me duermo si leo en francés. Sarraute le mete unos palos a la Woolf que lo flipas. Muy loca esa “guerra” entre Joyce y Woolf, primero en las lecturas de Doolittle y ahora en las de la inventora de la nouveau roman.
—Más sobre lo de antes. Mirando a otras mujeres, Bloom no puede evitar seguir mirándola a ella. Nuevamente, la infidelidad no se riñe con el apego ni con el deseo a quien es su centro o supuesto amor de su vida. A Molly, dice ahora hablando de fragancias, encore très austiniano, le gusta el opopónax (¿qué coño es eso?) y el jazmín (¡mi fragancia!). Y atención, porque aunque yo no sepa cómo huele el opopónax, hay una novela de Monique Wittig que es mítica y que se llama L’opoponax. ¿Tendrá algo que ver? ¿Habrá una conexión entre Molly Bloom y Monique Wittig?
—Cuando se pregunta Bloom por el significado de “olor a hombre” yo me levanto de la cama y voy al cajón de Ernesto. Huelo sus camisetas. Menos mal que no las lavé después de su última visita. Dios mío, cómo huelen a hombre. ¿A eso se refiere Bloom? ¿A qué olería el mismísimo cerdo de James Joyce?
—Capítulo 14. La elección del estilo y el tiempo no es aleatoria. De la calma del capítulo anterior, que nos llevaba a un atardecer de olas, muy cabogatero y de novela decimonónica escrita por mujeres, vamos a un estilo denso, casi zaratrustiano, pesadote, pollavieja. El hecho de que haya dos capítulos calmados, uno hacia lo cursi y el otro hacia lo rimbombante, me hace pensar que el 15 será un capítulo de delirios[26]. ¿Se desatará alguna tormenta? Mi instinto me dice que sí. Joyce sabe darnos buenos estados de ánimo.
—Capítulo agradable, hay temas de familia y de muerte. En la página 596 yo pienso en el naturalismo genérico, por esa cosa de la naturaleza generadora de caos.
—Capítulo 15. Por lo que he leído en el árbol de capítulos de Valverde, y también en Google, este capítulo podría llamarse… Magaluf[27].
—No puedo más. Quiero acabar el capítulo, pero en la página 706 me veo obligada a acabar. Empiezo a pensar que me pierdo. No tengo ganas de leer. Mañana debería hacer otras cosas. Estoy perdiendo mi vida. El libro me golpea. Ni siquiera logro disfrutar de la animalada de fiesta teatral y horrenda, carnavalesca y cotilla, en la que se ha convertido esto.
—Me voy a la cama. No logro acabar el capítulo.
—He sentido un enorme deseo de beber leche a morro. Y luego un enorme deseo de llorar.
Domingo 23 de enero de 2022
— Dolor de ovarios insoportable. También dolor de brazo[28]. Pesadillas en mitad de la noche tras unas notas de fiebre. Despierto gritando. Mi padre asesina a mi hijo y a mi madre en una terraza almeriense. Aparto la obra dramática de Shakespeare, que reposaba, por Hamlet, junto a mi almohada. ¿No he hablado aún de Hamlet?[29] El sueño somático. El libro soñado.
—Malestar.
—Taquicardia.
—Voy a hacerme un café y a leer en el sofá, tapada con la manta de Ulises, taquicardia y frío. Tengo que terminar ya este libro antes de que acabe con mi salud mental.
—Dentro de ese delirio de olores y gritos que es el capítulo 15, Dedalus sigue siendo el más brillante de todos los participantes. «He soñado con una sandía», dice cuando otras mujeres quieren conseguir dinero a cambio de sexo. Él habla de fruta y me hace pensar en Frida Kalho, que soñó con sandías y así las dibujó. ¿Kalho leyó a James Joyce? Juraría que sí. Juraría que esto, como lo del opopónax, no puede ser una casualidad.
—Es una orgía. Un saturnal. O bien: si nos centramos en autobiografismos, se trata de una representación de todas las edades del hombre.
—Eso es.
—Un libro sobre las edades del hombre y sobre la infidelidad perdonable.
—Dedalus y Bloom son todas las edades del intelectual irlandés. Del chico al marido, las dos posibiles Shakespeares sin epopeya propia, que deciden crear la suya charlando y bebiendo en un solo día.
—Si en los años veinte hubiera existido el punk, esta novela sería le mismo punk. Hay más de Joyce en Cristina Morales que en Rodrigo Fresán.
—Llegados a este punto de delirio, donde la palabra puta se ha repetido hasta la saciedad, me gustaría saber cuáles son las palabras más repetidas de todo el libro. Aquí va mi apuesta, aunque no por orden:
Corazón.
Pinta.
Chelín.
—Cuando Dedalus está muriendo[30], hambriento y borracho, nos da una clave para entender toda esta empresa novelística fascinante: «Esta fiesta es la razón pura». Resumen tremendo para todo el Ulises. Si supiera de filosofía quizá podría entender más cosas. Debo conformarme con mi lectura.
—Pero es que además no me ha terminado de gustar el 15. Todo ese delirio es cansado. Hay veces en las que pienso que ni siquiera Stephen se merece se trato por parte de su creador. Amor mío, no desfallezcas.
—Aquí hemos visto de nuevo de qué modo los terceros influyen en el amor a dos. Es el cotilleo de las pavas el que convierte en aparentemente malos los actos de Leopold y Stephen. Son las personas ajenas las que envidian y aterrorizan el afecto ajeno.
—Curioso: me levanto a buscar más bibliografía feminista para contrarrestar este odio repentino a las “putas cotillas” y me topo con los diarios de Sylvia Plath, donde descubro que ella era experta[31] en James Joyce, lo estudió largamente e incluso formó parte de su tesis sobre Dostoievsky. Por lo visto se enfadó cuando una revista, en vez de llamarla a ella para hablar del Ulises, le pidió una extensa reseña a Ted Hughes. Con todo, Ted y Sylvia se casaron un Bloomsday. Me gustaría rectificar en mi empeño. ¿Por qué Molly y Leopold se han convertido en una pareja aspiracional?
—Capítulo 16. Sin comentarios. Lo más aburrido que te puedas echar a la cara, incluso si como leo en Valverde él quería un capítulo mediocre. Pues mira. Ok. Pasamos página y vamos a los dos últimos.
—Capítulo 17. Proceso de creación, auto-entrevista, desvelamiento del narrador. Contar los trucos: mago que no tiene miedo a contar la verdad, porque sabe que su truco sigue siendo alucinante. Realmente el capítulo perfecto. Si la tensión aguanta, mejor capítulo del libro junto al 9.
—Las edades de los hombres, nuevamente. Un libro, este, que hay que leer a los treinta. Pizarnik lo lee a esa edad, y asegura que es un libro para empezar a sentirse adulta. Del mismo modo, leo en la correspondencia entre Henry Miller y Anaïs Nin que él se lo regaló el día de su treinta cumpleaños. Me decepciona que luego ella no haga ni una sola mención en sus diarios.
—Una hora y cuarto de conversación con mi amor. Él también me cuenta sus avances en la lectura[32].
—Prefiero no entretenerme más y volver al capítulo 17, que me gozo enormemente mientras la luz de la tarde ilumina mi salón con una belleza tremenda.
—Hay una escena divertidísima sobre las edades de los personajes. Sobre el significado de la hospitalidad. Sobre el apoyo y la hermandad.
—Cuando Stephen se marcha, al fin, Leopold pasea por la casa y vemos hasta el más mínimo detalle de cuanto hay en sus cajones.
—Descubrimos, cuando se quita las botas, que a Leopold Bloom le apestan los pies. Normal, el tío lleva todo el día pateándose Dublín. Cota cotosa.
—Todo eso antes de un ensayo sobre el miedo a la muerte, o más bien, a la irrelevancia, o más bien, a la profunda pereza de ser un hombre de mediana edad que ha de dejarlo todo preparado para el momento de la muerte. Para que ni a Milly[33] ni a Molly les pille por sorpresa.
—Hermoso cuestionamiento, casi como de juicio final, al narrador.
—Todos somos el narrador.
—Hermosa vista de su verdad.
—Registro policial, casi, del sexo. Cuando Leopold vuelve a la cama, desea a Molly como hacía tiempo que no ocurría. Él va a su culo, y ella le deja hacer, seguramente sorprendida. A él no le importa al fin que ella se acueste con otros hombres porque en el fondo lo importante no es lo esporádico de ese deseo, sino su repeteción. Su apego. ¿Se puede perdonar la infidelidad? Sólo si se sabe que ese culo blanco seguirá siendo tierno para él. Qué gracia: Leopold Bloom y Molly Bloom hacen un mochi. Su culo grueso, blanquísimo como la luna. Su culo o melón, como él lo llama, es el destino. Ya tengo la respuesta a muchas preguntas.
—¿Preparados?
—¿Listos?
—Ahí va:
—Ítaca es el culo de Molly Bloom.
—Y ahora me quedan 55 páginas.
—Busco una posición cómoda.
—Me han dicho que esto es… que esto va a ser…
—Capítulo 18. Se necesita mucha concentración para atrapar la ideas. Cazadora de mariposas me siento, especialmente sabiendo que este es el testimonio de una mujer, lo que, ojo, significa que también todo puede ser mentira. No. Quizá no una mentira deliberada, pero sí un ocultamiento. ¿Por qué iba Molly a decirnos ahora una verdad?
—Aire español, pienso en la manera de Joyce de erotizar lo andaluz. A ella le gustan las flores, se pone rosas en el pelo. Piensa en lo hombres, describe a los hombres como parte de su existencia. Sin Leopold no sabría existir.
—Imposibilidad de retener el pensamiento. Joyce se da cuenta de la imposibilidad. No puede retener el pensamiento de una muejr porque no puede pensar como una mujer. Ni siquiera la ficción puede darle la clave. Ha podido imitar a Austen, ha podido imitar el lenguaje judicial, ha podido imitar a Milton, pero no puede imitar el pensamiento de Molly Bloom[34], de ahí la incontinencia y la inconsistencia. Y al mismo tiempo la belleza.
—Ulises del capítulo 1 al 17: la vida de dos hombres representada en un solo día.
—Ulises en el capítulo 18: la entera educación sentimental de una mujer en toda una vida, narrada en el pensamiento de unas pocas horas.
—Lágrimas. Son las 17:45 otra vez, pero han pasado tres días.
—Fin.
—A lo que Molly Bloom dice sí es al amor eterno. Ese amor que, para qué engañarnos, no existe. O quizá es que la última enseñanza de todas sea que el amor eternamente existiría, si nosotros fuéramos capaces de aceptar todas sus dudas.
Y pues ya leí.
Ahora qué se hace con la vida.
*
[1] Me tomo un ibuprofeno.
[2] Así es. Decido no leer las notas de Valverde hasta que no haya terminado las lecturas. No lo respeto, tan solo, en dos capítulos, el 15 y el 16, que sí consulto antes de leerlos. Me abruma la idea de ir dirigida completamente. Del mismo modo en que las notas a pie del Fedro me fueron muy sustanciosas, aquí intuyo que cualquier referencia externa podría destrozarme la lectura. Valverde atina y desvela asuntos esenciales, pero su mirada masculina me abruma. Es como si te explicara el chiste, y como si encima te lo explicara mal. Si leyera antes los resúmenes me sentiría como una adolescente en el Rincón del Vago. Prefiero ir anotando yo mis impresiones y luego contrastarlas con cualquier otro texto o crítica.
[3] Tanto Ezra Pound, como T.S. Eliot, como la propia Hilda Doolittle, eran fanáticos de Homero, de Safo y de toda la lírica helénica. Así lo demuestran en sus escritos y en su pasión por la traducción o por la mitología. Pienso incluso en La tierra baldía, también publicada en 1922, y sus referencias a la cultura fenicia —pueblo que inventa la escritura, cosa que sabemos sólo por los griegos—. Básicamente los imaginistas no pueden concebir la literatura sin un regreso a lo griego, del mismo modo que Stephan Dedalus representa esa erudición un poco pedante a lo largo de todo él libro. Stephan Dedauls podría haber formado parte de la redacción de The Egoist como lo hicieron todos estos poetas. Aconsejado por Ezra Pound, podría haber firmado así sus textos: S.D., imaginist. Quién sabe.
[4] Curioso que ya estemos en el año 100 p.s.U. Chin-chín.
[5] Darme él por detrás, estando yo bocabajo pero con el culo ligeramente levantado. Mi culo grande y grueso que se mueve como un mochi al ser embestido. Y dentro el regalo de nata. Yummy! Luego veremos que esta imagen se repite en mi mente, en referencia al culo blanco de Molly Bloom. De hecho, y me lamento por haberlo leído y por no haberlo descubierto por mí misma, la imagen del sexo con el culo de Bloom como protagonista será uno de los momentos decisivos de esta novela.
[6] ¿Y si estamos ante el rey de la somatización lingüística? Es algo que pensaré todo el rato. Cuando habla de la polla de Bloom: notamos su flacidez en la mano. Cuando habla de los hígados que él quiere comer, la cocina se nos llena de humo. Cuando describe los perfumes de las mujeres que le rodean: la casa se llena de jazmín. Cuando Stephen Dedalus se emborracha: sensación agria en la boca del lector. O hasta cuando hablan de libros, una siente que conoce bien a Aristóteles. Transferencia de conocimiento y de tacto. Somaticación lectora a base de juegos lingüísticos excelentes, que tienen que ver con la desromantización del propio lenguaje literario. Se puede (se debe) ser un erudito y un cerdo. En homenaje a esto, al erudito cerdo, la tarde del viernes 21 de enero me veo a mí misma leyendo mientras cago. Precisamente en un capítulo en el que Leopold Bloom se tira un pedo frente a un escaparate. Una acción recomendada, no la de tirarse pedos en los escaparates, sino la de leer en el váter, por el erudito-cerdo Umberto Eco, que aquí —en mí— despliega todo su esplendor.
[7] Lo leo más rápido de lo que esperaba, además, mi imagen preferida es la del sonámbulo, el británico colega de ambos. Stephan Dedalus me gusta mucho. Su apellido me lleva a mi adolescencia, cuando leí por primera vez a Joyce y su Retrato de… Curiosamente no incluyo a Dedalus en mi poema Poliandria. Ahora me arrepiento. También me casaría con él.
[8] Sueño con una novela larga que ocurra en el tiempo de una sola clase de literatura. Sería algo así entre la conferencia y la ficción. Escuchar la clase magistral y al mismo tiempo los cuchicheos y vidas de los alumnos o alumnas.
[9] Referencia a la teoría del creador de Monique Wittig en un libro homónimo. El chantier es ese espacio en el que la obra está en la mente pero no está escrita. Un lugar casi místico, tu obra aún está en el mundo de las ideas, no es tangible, y sin embargo existe. Sólo falta escribirla. Esta obra, de hecho, el Ulises, es una magnífica y portentosa manera de enfrentarse al espacio en blanco del chantier de Wittig, no en vano ella le pone a él como ejemplo de quien, sabiendo la importancia de esa blancura, la destroza escribiendo, transgrediendo y creando una obra infinita.
[10] La novia/amante de Hilda Doolittle, la cineasta y también poeta Bryher —para entendernos, y perdón por la maldad, ella fue un quiero y no puedo de Gertdrude Stein— fue muy admiradora de James Joyce. En la biografía de Rachel Bleu DuPlessis leo una frase que me encanta: «James Joyce estaba en lo cierto». Para H.D. la concepción del género era más importante que la de Virginia Woolf. En la eterna pelea entre esos dos grandes autores, Doolittle y Bryher están totalmente a favor de Joyce. En un punto, Bryher incluso cree que las críticas que Ezra Pound hace del Ulysses, incluso siendo estas amistosas y positivísimas, le parecen conservadoras. Bryher odia a Pound, prefiere leer a Joyce por sí misma. Joyce es para muchas mujeres de su tiempo un compañero de transgresión. Siento la tentación de escribir un libro sobre Hilda Doolittle y James Joyce. Pero para seguir el reto, tendría que hacerlo en 10 días o algo así, lo cual me da una pereza y un agobio enorme.
[11] Si esto es cierto. Si ella duda de su amor por Bloom y lee en voz alta la duda de un personaje de ficción sobre su amor hacia su primer hombre —no el amante, entendiendo a este como el segundo tipo— estamos ante la máxima exposición del la lectura somática. Ella ve en la duda de su libro su propia duda. Ella es la que se pregunta tal cosa. Veremos que el libro, que el Ulises, es un gran tratado sobre la infidelidad. Este momento me parece, en pocas y malas palabras, una puta genialidad. Recordemos que según Andreu Jaume, Ulises es una novela de amor. Pero de amor caritas, caridad, esto es, amor al prójimo. En el amor romántico, en el amor sexual, ¿qué tan necesaria es la amistad, la caridad, la comprensión, para poder vivir, entender y resolver las fricciones con el sujeto deseado? No, Andreu, no es una novela sobre el amor al prójimo, es una novela sobre cómo amar al prójimo.
[12] Por suerte, al estar su clase confinada, mañana no tengo que madrugar para llevar a mi hijo al cole. Así que puedo leer hasta las tres o las cuatro de la mañana si así se me antoja.
[13] Posteriormente le he dado muchas vueltas a este texto, que cuenta el amor por aquella Martha con una delicadeza tremenda. Descubrimos que Leopold podría estar cometiendo una infidelidad, y eso que parecía Molly la infiel. Sea como sea, él ni siquiera es capaz de masturbarse pensando en la nueva favorita. Quizá ni siquiera desee ser infiel a Molly. Quizá sólo necesita rellenar su mente con las bondades de otra mujer a la que conoció por un anuncio del periódico en el que trabaja.
[14] Algo me repele de esa visión romantizada de mi profesión. No soporto las novelas sobre periodistas. Que te jodan, puto Tom Wolfe. Cómeme el ano, puto Hunter S. Thompson. Tú sí, Joan Didion, tú me caes bien porque tú no vas de listilla. Benditos sean ustedes, a pesar de todo.
[15] Socia, eso es como que no te guste Alonso Quijano… o Madame Bovary… o Clarissa Dalloway.
[16] La entenderé más tarde, pues Ernesto me lee algunos pasajes de su biografía más icónica, sobre lo que él entendía por paternidad.
[17] Este momento es clave porque aúna toda la lectura que se ha hecho de que Don Juan no deja de ser una relectura de Odiseo. James Joyce aúna todas estas teorías de manera excelente, pues no le hace falta mencionar a Ulises ni en cuatro ocasiones para que de pronto se intuya que no deja de hablar de él.
[18] Y a Borges, y a Faulkner, y a Baudelaire. A ninguna mujer, por supuesto. Se creían ellos. Había uno, de hecho, amigo de un novio mío filósofo, que se llamaba Borja pero que quería que le llamaran BORGES. ¿Se puede ser más ridículo? Yo tenía dieciséis años y ellos la edad a la que tuve a mi primer hijo. Ten cuidado de a quién admiras, niña Luna. Ten cuidado de a qué imbéciles quieres follarte.
[19] La teoría sobre si este es un libro sobre la infidelidad encuentra aquí todo su sentido. Este es el relato metaliterario que todo amante de la metaliteratura desearía escribir. Qué ganas de leer Hamlet y qué entusiasmo encontrar indicios en el personaje más pedante de la Biblioteca Nacional, de una teoría que achacamos a Roland Barthes sobre la muerte del autor. Como tengo mi bibliografía feminista cerca, pues no me preocupa, pero me sorprende dar una mirada rápida a Maurice Blanchot y Roland Barthes y que ninguno cite tanto a James Joyce. Seguir buscando.
[20] En mayo de 2021 alguien entró a hachazos en mi casa mientras yo no estaba. Al principio pensamos en un robo, pero hasta los Mossos estaban contrariados. No robaron nada, me dejaron condones y bragas en la cama, además de mis juguetes sexuales en fila, en la entrada, y los libros de mi pareja volcados. Esta pregunta sobre borrachos o violadores tiene sentido por la experiencia previa. Me importa remarcarlo porque a veces se nos olvida que a la escritora joven y ¿empoderada?, aún en nuestro siglo, la seguimos castigando. Qué ganas tengo de llegar al monólogo final de Molly Bloom y aprender sobre su deseo.
[21] Una frase del mismo me recuerda a G., un hombre con el que a veces he tonteado, pero con el que nunca ha pasado nada. Me cae bien, G. Podría ser uno de los personajes cerveceros de esta novela. Silencioso, tranquilo, no intelectual, pero con ingenio. No me gusta físicamente, pero a mis amigas sí, de manera que a mí ha empezado a gustarme físicamente. No quiero pensar en él, es una distracción incómoda la mayoría de las veces, pero el libro me lleva a hacerlo porque su nombre aparece retratado de una manera si cabe más cómica de lo que ya me hacía reír por sí mismo. El caso es que le mando la foto de la cita concreta cuando él me escribe reconociéndome que ha soñado conmigo. Pregunta que cuándo quedamos. En el libro, aunque no en esta parte, Leopold Bloom comienza a sospechar de que su esposa quiere follarse a otro hombre. Nuevamente, este es un libro sobre la infidelidad. ¿Y qué historia humana no lo es? Sólo quiero hablar con Ernesto. Me preocuparía hacer un “sincericidio” y sonar irrespetuosa. Pero es que no quiero que el tema del bebedor de pintas con nombre de ángel —también aparece en el Ulises, como en una suerte de Tentación de San Antonio— me quite el tiempo para pensar y escribir.
[22] Básicamente: estuve bebiendo vermut de 13:30 a 17:45 con A. en el Paralelo.
[23] Bueno, yo es que sé poco de política irlandesa, del mismo modo que no entiendo la política británica. Tampoco sé mucho de historia. Y menos de religión. Entiendo que patria y fe aquí van de la mano constantemente. Creo que no estoy preparada para ese nivel de lectura. He desistido entender ciertas cuestiones que tienen que ver con eso. Me conformaré con el plano literario y sentimental de la obra, que es desde donde yo puedo trabajar. También en la forma, por supuesto. Ahora vienen una serie de capítulos bastante especiales al respecto.
[24] Gracioso contexto el de esta frase. Alguien sugiere, en una charla en un bar, donde todos son señorones un poco pesados, ¡y aquí llega el primer cruce bueno con Dedalus, por cierto!, se sugiere, decía, que todos amamos a todos y que nadie ama a nadie. Se juega con la cuestión de Dios e incluso se me antoja que es una broma muy tremenda: si dejamos que Dios nos ame a todos, ¿significa que en cierto modo Dios es infiel? Redoble de tambores.
[25] Nathalie Sarraute, en L’ère du soupçon, donde analiza el significado du nouveau roman, y para quien Joyce y Proust son los padres de la transgresión contemporánea. Buen ensayo este, que reconocí a través de Monique Wittig, intentando encontrar puntos comunes entre diferentes críticas literarias feministas. De ahí que sus lectura de Virginia Woolf —lo mismo pasa con Toril Moi en Sexus/textus— sorprendan tanto. ¡Ellas disparan a la reina!
[26] En esos mapitas, a mi juicio cutres y de eruditosabelotodo que definen por colores, olores y sonidos este libro, habría que añadir un mapita también de estado de ánimo. Qué digo. Un emoji. ¡A JAMES JOYCE LE FLIPARÍAN LOS EMOJIS! Ulises: carita sonriente al revés.
[27] Estoy muy cansada. El brazo empieza a dolerme de una manera atroz. La vacuna me ha dado fiebre. Pienso en Magaluf. Pienso en este capítulo con todos los olores que sugiere. Sinestésico a más no poder. Es pota. Es dolor. Es sonido de chocho o chancla. Qué bien hecho está pero qué doloroso capítulo que se extiende sin dejarme dormir. Son las tres de la mañana estoy abrumada. El estilo no sé qué es. No sé qué significa lo que estoy leyendo pero leo. Las putas, menores corrompidas. Todo dispuesto a ser violado y todos dispuestos a violar. La pelea de los policías. El fuck the pólice punki viene de aquí. Todo me parece terrorífico. Como estar a la salida de una discoteca en Ibiza. Chanclas, acento demacrado, mujeres mostrando los pechos: querer morderlos, a pesar de sentir que se te contagiaría la rabia. Y los hombres. Un escenario sólo para hombres. El cuchicheo. ¿Qué hace un erudito como tú en un antro como este? Zoe. Zoe. Zoe. Me pregunto si la canción de Feu! Chatterton tendrá algo que ver con esa zorra pitonsíca y circense. Me pongo la canción en bucle para terminar de escribir este texto. A Stephane Dedalus le gustaría por eso de que él canta y de que le mola meter palabritas en francés. (Y le gustan las putas, obvio).
[28] No hemos hablado de la hazaña que está suponiendo para la lectora somática sostener un libro de 950 páginas con un brazo que no puede mover.
[29] El capítulo 9, que era el mejor, es un canto a Hamlet. Un canto que me da la llave para no tener que leer Hamnet (ni en 3000 días lo haría).
[30] No es una locura pensar en que del mismo modo que la lectora somática está hastiada, uno de los protagonistas del libro está igualmente pálido. James Joyce es amable por primera vez con el lector. Sabe que no podemos más y nos regala la enfermedad de Dedalus, que ahora, cual Telémaco, va a ser cuidado por el hombre que casi le duplica la edad.
[31] La campana de cristal, su gran obra novelística, es un monólogo interior muy influido por este texto. Otra vez Joyce y las mujeres. La lista es cada página más extensa, y eso que no me he podido sentar a investigar como dios manda: Stein, Doolittle, Bryher, Sarraute, Wittig, Plath, Moi, Morales. ¡Por cierto! Que leí en Toril Moi otra cosa que me encantó sobre la relación entre Joyce y el feminismo. Por lo visto muchas críticas literarias debatieron largamente sobre si la escena en la que vemos la sangra menstrual de Molly Bloom es un insulto o una genialidad. Para algunas (petardas, esto lo añado yo) la aparición de la sangre es abominable porque puede convertir a Molly en “una risa”, en algo “indeseable”. Sin embargo otras críticas literarias (me sumo a su opinión) celebran que Molly sea una mujer cisgénero que sangra y que Joyce no tema a mostrar esa cosa TAN NORMAL. ¡Molly y yo estamos sangrando! ¡La lectora somática vuelve a la carga hasta en la forma de sus coágulos!
[32] Esta mañana me desvelé con una decena de mensajes suyos con bibliografía y con todo lo que ha escrito sobre James Joyce en su diario. Ayer por la noche yo le leí sus cartas guarras, que tienen que ver un poco con las cartas guarras que yo le escribo a menudo y por las que a veces Internet se me llena de trolls. Me hizo ilusión, a este respecto, saber que de la misma manera en que yo escribo sobre su hermosa polla amable y deliciosa, James Joyce describe la polla de Leopold Bloom como una lánguida flor flotante, mientras se da un baño pensando en Martha y en Molly. Ahí está también la poesía fálica de Rainer Maria Rilke, la de Matsuo Takahasi y su “penisista”, y también los poemas de la polla de Michel Houellebecq. Justo mientras me gozo el capítulo 17, recibo un mensaje de Berta Gómez, en el que me manda un fragmento de la última novela de Zadie Smith, en la que describe la polla de un tío como “adorable, nada espectacular, pero útil para lo suyo”. Delicioso.
[33] Lol, a ver, no he hablado de ninguno de los personajes secundarios, ni el estudiante de medicina, ni los señores de la Biblioteca, ni los amigos del entierro, ni el padre de Dedalus, ni sus hermanas, ni la exnovia, ni el cura, ni el muerto, ni la embarazada —uh, qué bueno el pasaje del hospital, la verdad, pensaba que no, pero ahora que me ha llegado el recuerdo, totalmente a favor de esa visión del hospital de maternidad— ni muchas de las putas… Para mí son decorado. Además, la lectura rápida, en tres días, me ha obligado a comprimir mis intereses y mis recuerdos. No me puedo permitir pensar en esos personajes secundarios teniendo tanto que pensar sobre Dedalus y los Bloom. Y tampoco he hablado de la hija de Molly y Leopold. En parte, creo que me cae mal esa relación. Ya dije que no la entendía. Del mismo modo en que dudamos que dos personas heterosexuales, hombre y mujer, puedan ser “sólo amigos” sin que entre ellos medie siempre una ligera tensión relacionada con el sexo, tampoco creo que una relación Padre-Hija pueda librarse de muchas de esas tensiones. Necesito leer más sobre Joyce y su hija para determinar lo que pienso sobre Leopold y su hija. Será porque yo odio a mi padre que no estoy preparada para leer sobre otras relaciones padre-hija. Freud, qué dices tú de esto.
[34] Hay una clave que me da Sylvia Plath en sus diarios, y que a mí me encanta. Lo copio directamente porque podría ser una revisión perfecta de lo que significa para Molly el amor eterno: “Una se fía de signos aislados que supuestamente permiten anticipar muchas cosas: le gusta el ballet, ergo debe de ser sensible y creativo; cita versos, ergo debe de ser mi alma gemela; lee a Joyce, ergo debe de ser un genio. Reconozcámoslo, corro el peligro de querer que mi hombre ideal sea un semidiós y como de esos no hay tantos a mano, a menudo tiendo a inventármelos inconscientemente. Y luego me refugio en el placer de la poesía y la literatura, donde el valor de la recompensa es tangible y patente. En realidad, no consigo pensar de un modo profundo, de veras profundo. Sueño con un héroe romántico inexistente.”
Hola Luna. No has intentado leerlo directamente del inglés? Eso sí que es un viaje. Besos