Conjugando el verbo «dramar»
Algunas notas íntimas que tomé en julio de 2022 mientras estudiaba la figura mitológica de Don Juan para la obra 'El lugar y el mito', de Paola de Diego
¿Y si lo fácil es el engaño? Decir a todo sí. Enredarse en lo que el Don Juan prometa. Aceptar su mentira, hacerla nuestra.
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Lo fácil nunca es el engaño: eso en realidad, suena a trampa. Pero es que también hay una diferencia entre aceptar la mentira y participar de ella. Paola habla de ecosistemas que desaparecen. En el ejercicio del engaño hay, extrañamente, una preocupación por no hacer desaparecer al ecosistema íntimo. Mientras exista la ocultación, existirá la intimidad forjada por dos sujetos. La maceta se sigue regando, sí… pero con agua envenenada.
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Cuánto dura el engaño. ¿Es engaño si no se descubre?
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Sentimiento de impostura. Yo no engaño. Engañé, quizá, alguna vez, pero porque se me obligó a participar de ello, a no decirlo. Engañé y odié la sensación, odié el gesto. Para ser sincera, ni siquiera siento que haya mentido. Con una mentira me basta. Mentí una vez, y me basta. Odio mentir —consultar qué dice la astrología sobre las mentiras de mi signo—. No sé qué signo será Luis. Sentimiento de impostura. Tampoco sé de astrología, pero me dejo llevar por las casualidades. Un engaño es una cadena de casualidades antinaturales: tú las creas. Tú las defines. Tú las rimas.
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Me detengo en lo horrendo de la palabra dramaturgia. Qué verbo darle: ¿dramar? Estoy dramando. No escribo: dramo. Inventar un verbo para desdeñar estos sentimientos de profunda impostura. No dramo, en todo caso, me engaño a mí misma.
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El oro era el óxido.
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Arrancar el suelo como quien arranca la costra de una herida. Engañar es formar una herida. Cavar en la carne. Arañar una y otra vez, el cuerpo del otro. Lo que no sabes es dónde aparecerá esa herida: en la piel lisa de sus manos, en su arrugado escroto, o tal vez daño cerebral, o nada más que un tajo de cabello. Miro a mi amor al otro lado del jardín de Vegas de Matute. Incluso si he besado a otras mujeres y a otros hombres, nunca le he mentido al respecto. La verdadera pregunta que me hago entonces: ¿es engaño si la pluralidad se permite? ¿Si la repetición esporádica se acepta? Dios mío: ¿cómo estará su cuerpo? ¿Habré arrancado un trozo de piel de su adorada nuca, de su magnífico pecho, de su delicado ojo azul? ¿Y si a fuerza de permitir el engaño, lo que hacemos es engañarnos? Engaño no es lo mismo que promiscuidad. Promiscuidad no es lo mismo que aprendizaje. Yo no soy Emma Bovary. Ni Bovary ni boba. Pero eso ya lo había escrito en un poema.
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La rima es una repetición. Nos hace creer que el lenguaje se puede parecer a un lirio.
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Me gustaría conquistar al personaje de Luis a través de mi manera de dramar. Él sí sabe dramar. Yo no. Cuando dramo me convierto en personaje. Cuando escribo, sin embargo, me convierto en un alma muy seria: como si quisiera ser filósofa. Ni dramo, ni filosofo. Son verbos que me recuerdan al sabor de la tierra.
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El caso es que yo he estado siempre al otro lado. Al lado del engaño costroso. Tengo heridas por todas partes: uno me mintió, otro me escondió, otra se olvidó de mí, otra quiso violarme, otro jugó con mi penuria, otro me convirtió en una anécdota, otro me pegó y luego está ese otro, sospecho, no me quería a mí, sino al oro que extraía de mi canto. ¿Doña Juana? Más bien lo contrario. Más bien lo del otro lado del espejo. Esa víctima fantasmal que no quiere ser víctima. No quiero hablar de mis desgracias. En realidad, yo qué hice: ¿amar, o inventar? ¿Y si yo tampoco los amaba a ellos? ¿Y si la primera mentira era esa? Nada. Déjalo. Para hacer preguntas aquí ya está Paola. Yo sólo debo responderlas.
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Besaré a Luis cuando menos se lo espere.
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Besaré el suelo.
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Besaré el musgo.
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Besaré cada ínfima vegetación del espacio.
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Besaré como las chicas jóvenes besan las tumbas de sus ídolos en París. Vimos a Molière. Leí el final de su Don Juan en voz alta y pensé en los vampiros. Daría lo que fuera por besar a un vampiro. Acaso el rey de la repetición y de la crueldad. Imagínate que no fueran marcas de carmín sobre las lápidas de Simone de Beauvoir o de Charles Baudelaire. Imagina que en todo caso fueran labios empapados de sangre.
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Mandaría una foto de mis tetas al chat sobre Don Juan. Una broma que sólo disfrutaría yo. Cómo hacer eso con la palabra. Cómo dramar mis tetas.
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Una madre me dice que mi hijo tiene dos novias. «¡Pero a mi hija le da igual, ella dice que siempre será su primer amor!». Seis años tienen. Seis años y ya piensan en heridas, y ya aceptan el engaño. Seis años. Mi hijo, pequeño Don Juan. ¿Será que he parido un monstruito? ¿Y si lo lleva en la sangre? ¿Y si la sangre de mi sangre es repetición, y es espejo, y es fantasma, y es engaño?
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Veamos qué tienen que decir los hombres:
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GUSTAVE FLAUBERT: «De aquel gran amor embalsamado se escapaba un aroma que, atravesándolo todo, perfumaba de ternura la atmósfera inmaculada en que quería vivir. Cuando se arrodillaba en su reclinatorio gótico, dirigía al Señor las mismas palabras de dulzura que antaño murmuraba a su amante en los desahogos del adulterio. Era para hacer venir la fe; peso ningún deleite bajaba de los cielos, y se levantaba con los miembros cansados, con el vago sentimiento de un inmenso engaño».
(En esta traducción de Madame Bovary, la palabra engaño aparece dos veces, y una vez desengaño).
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VLADIMIR NABOKOV: « “Al permitir que Lolita estudiara arte escénico, le di pie —tonto enamorado— para que cultivara el arte del engaño».
(En esta traducción de Lolita, la palabra engaño aparece seis veces, y una en las notas finales, para aclarar que el uso de literal de hoax se refiere a engaño. Curioso que el libro se llame Lolita, cuando bien podría llamarse El engaño —Vladimir Nabokov tiene otro libro que en España se tradujo así—. También podría titularse: «Por qué yo, Vladimir Nabokov, odio a los dramaturgos», pero eso es ya otra historia, aunque no perdamos este hilo de unión con Iris Murdoch y sus personajes donjuanescos y dramaturgos, que nos servirá para escribir otra cosa).
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PHILIP ROTH: «¿Y qué me dices de tus mentiras, de que soy un secreto del que te sientes culpable y te impide ser sincera?»
(Este libro de Philip Roth se llama Engaño, pero la palabra engaño no aparece ni una sola vez. Tres veces aparece, sin embargo, a palabra mentira. Roth reproduce aquí las conversaciones de unos amantes. Nos recuerda así que a los que engañan no les gusta demasiado hablar con sus amantes de sus engaños. Eso es algo que, en todo caso, se reflexiona en la primera persona de la soledad. De ahí que en otros libros del autor haya tanto confesor relamido. Me quedo con este concepto: confesor relamido. Están cerca Murdoch, Nabokov y Roth. Están más cerca de lo que parecía).
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Pero Iris Murdoch no escribe tanto sobre el engaño como sobre los malentendidos. Lo explicó bien Ignacio Echevarría en una charla con motivo de su centenario. Ella era una doñajuana muy particular, metódica y amorosa. Sí, ella. Quería que cada amante fuera único, y como que renacía para cada uno de ellos, creando realidades paralelas, ya que en esa la pluralidad del amor no está bien vista —y aún menos entonces—. De modo que, como explicaba su marido en sus memorias, sus amantes eran todos conscientes de la excepcionalidad del mundo que había creado para que tales amores fueran posibles. Lo que pasa cuando una se desdobla en tantos trozos es que puede romperse. La voluntad de no hacer daño con tu engaño, ¿te acaba rompiendo a ti? Esta idea, por cierto, me la dijo Juan Manuel de Prada una vez que intercambiamos mails a propósito del «amor libre»: ese hombre cree que yo estoy rota.
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Cómo no estar rota si me llamo Luna.
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Leí en Las metamorfosis a propósito de Febe y de Diana. La mitología nos da diosas que se confunden entre ellas, y cuyos designios y pareceres se entrecruzan. Leí sobre la imagen de esas diosas lunares, con lunas crecientes sobre sus cabezas, como astas de un animal salvaje del campo. La luna creciente son cuernos. La luna cornada soy yo. La luna es la eterna engañada: el mismísimo dios Pan se la follaría así, con la mentira. ¿Mitología? ¿O más bien un catálogo de tretas? Lógico que el de Don Juan sea el más grande de entre los mitos.
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Hasta en el engaño hay genealogía, y yo caí del lado de quienes siempre lo reciben. Duele, y puesto que duele, dramo.