La mística es... ¿?
¿Por qué la mística en el siglo XXI? Un texto caótico para introducir el ciclo de la mística de mi taller de lectura, escrito el 8 de abril de 2025
La mística es la razón poética, dicen quienes la miran como pulsión creativa.
La mística es ser mensajeras de algo inmortal, dicen los poetas que creen en lo que no puede verse, pero sí rozarse en el corazón.
La mística es salir de sí en huida, dicen quienes estudian a las autoras cristianas de la Edad Media que aseguraban en sus versos haber conectado con Dios.
La mística es un presentimiento fuera de la identidad, dicen los numinosos.
La mística es el arte de la unión con la Realidad, dicen las filósofas enrevesadas.
La mística es «deseo de luz», contradicen las filósofas del cuerpo.
La mística es la somatización de la fe, digo yo, cuando leo lo que unas y otras tienen que explicar sobre un concepto tantas veces mancillado, relegado a mero adorno religioso, y no a una postura frente a la creación, la contemplación y el misterio, como demuestran las etimologías y los diccionarios.
A saber: que incluye misterio o razón oculta.
O bien: que se dedica a la vida espiritual.
O también: parte de la teología que trata de la vida espiritual y contemplativa y del conocimiento y dirección de los espíritus.
O lo que a nosotras nos interesa aquí: experiencia de lo divino; su expresión literaria.
Somatizar la fe, entonces, es poner cuerpo a nuestra creencia e imaginación, es registrar el ritmo al que leemos o escribimos. Como escribió Evelyn Underhill en su guía La práctica del misticismo, la experiencia mística consistiría en un viaje hacia la armonía con lo real, en una fusión con el mundo, a través del ejercicio atento y generoso de la contemplación. ¿Pero escribir es lo mismo que contemplar, o acaso ese gesto no va todavía más allá? En el prólogo a La mirada interior, de hecho, Victoria Cirlot y Blanca Garí, centrándose en la experiencia de una serie de religiosas europeas del medievo, recuerdan que solo la necesidad inexcusable la escritura «puede explicar la existencia de un corpus textual referido a la experiencia mística. De modos diferentes se habla de esa necesidad; pero, en cualquier caso, no hay duda de que estos textos surgieron ante la imposibilidad de hacer cualquier cosa que no fuese justamente eso, escribir. Con claridad diáfana se expresó a finales del siglo XIII Margarita de Oingt acerca de esta cuestión: o escribía o se moría. Hildegarda de Bingen, la mujer que a mediados del siglo XII abrió el espacio de la escritura visionaria y mística, lo dijo de otra manera más indirecta y velada, pero en definitiva también estableció un nexo indesligable entre muerte y ausencia de escritura: la voz de Dios le ordenaba escribir y su desobediencia la conducía directamente al lecho de la enfermedad». Podríamos pensar que, en ese deseo de luz, en ese presentimiento latente, en ese arte de unión con la Realidad, el impulso escritural es una parte más del proceso del estremecimiento.
No menciono el verbo «estremecerse» en vano. En la primera página de Lo sagrado, Rudolf Otto recupera la siguiente cita de Goethe: «El estremecimiento es la parte mejor de la humanidad. Por mucho que el mundo se haga familiar a los sentidos, siempre sentirá lo enorme profundamente conmovido». Es curioso que el acto de estremecerse esté asociado así a «lo grande», esto es, a «lo incomprensible», en tanto que divino, si tenemos en cuenta las similitudes entre «el estremecimiento» y su hermano «el asombro», dos conceptos nacidos del mismo parto ontológico: el momento en que el mundo se revela más allá de su máscara habitual. El primero abre los ojos, el segundo sacude la carne. El primero es una suspensión; el segundo, una grieta. Ambos invocan una forma de rendición, de sometimiento, a la intemperie del misterio. El estremecimiento tiene que ver con la fe —el misterio—, y el asombro es un proceso siempre asociado a la filosofía —primer estímulo en la gestación de una idea—. Las filósofas quieren asombrarse: conocer, estudiar. Las místicas, ¿más bien las poetas?, quieren estremecerse. Si algo las une es su pasión contemplativa, su hambre de deseo, y, como dije antes, su pulsión literaria.
Teniendo en cuenta estas ideas, merece la pena retomar las palabras de Evelyn Underhill, pues, ¿qué abarca la mística? ¿Cuándo podemos darle ese nombre a una autora o autor, a un texto, a un verso, a una forma de estar en el mundo? «Vemos que el derecho de un poeta como Whitman a llamarse místico se basa en el hecho de que este ha alcanzado una comunión apasionada con niveles de la vida más profundos que aquellos con los que tratamos habitualmente, de que ha ido más allá de las nociones comunes hasta llegar al Hecho; que el reclamo de una santa como Teresa de Ávila es parte intrínseca de su declaración de que ha alcanzado la unión con la Divina Esencia. El visionario es un místico cuando su visión le permite acceder a una realidad que está más allá de los sentidos. El filósofo es un místico cuando pasa más allá del pensamiento a la pura aprehensión de la verdad. El hombre activo es un místico cuando sabe que sus actos son parte de una acción más grande». Luego, Underhill continúa: «su atención a la vida ha cambiado su carácter y agudizado su enfoque: como resultado, algunos ven un paisaje más amplio; otros, un mundo más brillante, más significativo y detallado que el que aparece ante la visión menos educada y observadora del sentido común».
Entonces, más allá de los colores del mundo y más allá de la pulsión de la escritura, ¿podríamos decir que el trabajo de la lectura atenta, de la lectura generosa, de la lectura somática, es en parte un trabajo de lectura mística? ¿Podríamos nosotras considerarnos visionarias sacrificiales por nuestra entrega al papel? ¿Por nuestra ansia devoradora de poemas, de historias, de cientos de miles de palabras en tinta negra sobre blanco?
Como de momento no es mi intención encontrar una respuesta a tales preguntas, me limitaré a compartir con vosotras unos versos de Luce López-Baralt —autora, entre otros textos brutales, de Un Kama Sutra español— recogidos en Luz sobre Luz:
Recibí
la Alta Noticia
como si viniera de muy lejos:
enseguida supe
que nacía de mi propio centro.



muy interesante!!